martes, 26 de mayo de 2009

Discurso de Bendición de la Fábrica Cerámicas Kantu.

Discurso de Bendición de la Fábrica Cerámicas Kantu.

(P. Ángel Luis Lorente)


Por una visión cristiana de la Empresa.

¿La empresa es solamente un lucro o es un servicio?

Necesidad de un “Capital Moral”, expresado en la Responsabilidad social Corporativa, que valora la dignidad de la persona.


Permítanme saludar en primer lugar a todos los presentes y agradecer la invitación a este acto inaugural y de bendición. Agradecimiento, reconocimiento y felicitación que quiero personalizar de modo especial en el Sr. Luis Samanez Argumedo y su esposa la Sra. Ruth Cuzmar del Castillo y en la Sra. Erika Samanez Cuzmar y su esposo el Sr. Eric Velarde Otero. Felicitaciones por el éxito empresarial que vemos concretado hoy en la inauguración de esta fábrica; reconocimiento por la ardua tarea personal y familiar que hay detrás de este trabajo; y felicitación porque saben siempre reconocer que más allá de su esfuerzo humano está la mano y el designio de un Dios providente y la protección segura de esta patrona, Santa Rita, a quien lejos de venerar hoy como abogada de una causa perdida, la reconocemos artífice de esta causa lograda. También mi cariño y afecto para toda la familia: a la Sra. Mery, Samy, Willy, Ronald y Marta, Yesika y Juan (llegados desde Chile), Wila y Eric (desde EE.UU.), a Paola y a toda esa nueva generación que empieza a abrirse camino en la vida… a todos los amigos, a todos los presentes, especialmente a los que conforman esta gran “familia” humana que se llama “Cerámicas Kantu”.

Quiero empezar aclarando un breve concepto de empresa: ¿Qué es la empresa?

La Real Academia Española de la Lengua la define como una “entidad integrada por el capital y el trabajo, como factores de la producción, y dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios, generalmente con fines lucrativos y la consiguiente responsabilidad”.

En esta definición a mi juicio hay una gran deficiencia. La empresa no está establecida en términos de los sujetos humanos que la integran (es decir, las personas humanas), que son los verdaderos actores sociales que participan en ella, es decir, los propietarios del capital y del trabajo o, dicho en otros términos, los empresarios y los trabajadores. En este sentido, la empresa no debe ser sólo un ente propiedad del empresario, sino una relación entre distintas personas que tienen algunos intereses comunes, y muchos intereses complementarios.

Según la Real Academia, los fines de la empresa serían: lucro y responsabilidad. En las definiciones tradicionales de Administración de Empresas y Economía, el fin es sólo el lucro, traducido como rentabilidad o ganancia. Sin embargo, puede entenderse que la responsabilidad implica reconocer también la existencia de metas distintas entre los actores que participan en la empresa. De ser así, éstas también podrían ser sus objetivos, la generación de empleo, la remuneración salarial, la seguridad laboral, la higiene y la dignidad en el trabajo, etc. Más aún, si se considera a la empresa como parte de su entorno económico, social y ambiental, sus fines podrían ser la contribución a la sostenibilidad ambiental y social, el arraigo territorial, el apoyo a la calidad y a la mejora de las condiciones de operación de sus clientes y proveedores, el rechazo a prácticas de competencia desleales, etcétera.

En cualquier caso, y sin detrimento de todos estos fines que son buenos en sí, ni el lucro o la rentabilidad, ni la responsabilidad laboral, ni el cuidado medio-ambiental, ni la competitividad corporativa nos dan la felicidad. Todos ellos son fines de una empresa saludable, pero la “Felicidad” es el fin mismo de la vida del hombre en la tierra. Y creo que no sería necesario explicar aquí que no vivimos para trabajar, sino que siempre trabajaremos para vivir, y vivimos para ser felices, luego estamos llamados a encontrar la felicidad también en el trabajo.

Y aquí surge la pregunta central de este discurso: Si esto es así, ¿qué hacer para subordinar los objetivos empresariales, –el lucro y la responsabilidad– a la Felicidad? Alguien entre ustedes quizás se la plantea de modo más simple: “¿soy feliz en mi trabajo?”

Esto es algo de lo que yo les puedo hablar, pero también algo que Lucho y Erika, junto con sus familias, hoy nos van a mostrar. La necesidad de incorporar una ética –todo ese conglomerado de valores y virtudes– a la empresa. La convicción de que somos en todos nuestros actos, y precisamente a través de ellos colaboradores en el plan creacional de Dios; que estamos al servicio de la humanidad; que la Fe, la Esperanza y el Amor están por encima de cualquier otro fin económico…; en definitiva que el “capital moral” (es decir: la excelencia del carácter, la posesión y práctica de las virtudes, la integridad personal), es más importante para el éxito de una empresa que el capital humano, intelectual, social o patrimonial.

Soy muy consciente, como lo son ustedes, de que en la práctica contemporánea existe una relación de desconfianza, cuando no un divorcio, entre el universo de la ética y el mundo empresarial, que puede tener su fundamento en alguna de las siguientes consideraciones:

1.- los negocios pertenecen a un mundo donde es preciso olvidarse de la ética, porque el negocio tiene sus propias reglas;

2.- La tarea de la empresa consiste en maximizar los beneficios (dinero, prestigio, poder) y, por consiguiente, como en la guerra, cualquier medio es válido y queda justificado si conduce al fin deseado, porque no hay valor superior que el de los resultados (utilitarismo).

3.- La ética tiene lugar en cuanto se alimenta a unos mínimos que coinciden con el cumplimiento de la legalidad y la sujeción a las leyes del mercado (lealtad a la conciencia personal y cumplimiento de la legalidad vigente) (Legalismo relativista).

Pero la empresa no se puede reducir a una institución económica. Y el objetivo de rentabilidad no puede opacar su realidad trascendente, en cuanto que toda actividad humana (el trabajo) es constructor de humanidad y camino de Redención. Esto es algo de lo que vamos a aprender esta tarde desde el testimonio vivo de quienes han hecho posible este proyecto, que Dios ya ha bendecido y que pedimos siga bendiciendo siempre.

Para no dilatar mucho el discurso y dejar que sean los mismos anfitriones quienes nos permitan vivenciar esta rica experiencia, simplemente quiero terminar enumerando un decálogo para el empresario católico, ideario para la empresa solidaria y activa que privilegia la dignidad de la persona humana en su integridad y promueve la Responsabilidad Social.

1.- Aceptamos la existencia y el valor trascendente de una Ética Empresarial, a cuyos imperativos sometemos todas nuestras motivaciones, intereses, actividades y cada una de nuestras decisiones.

2.- Estamos convencidos de que la empresa, más allá de su función económica productora de bienes y servicios, tiene una función social que se realiza a través de la promoción de los que en ella trabajan y de la comunidad en la cual debe integrarse. En el desempeño de esta función encontramos uno de los más nobles estímulos a nuestra autorrealización.

3.- Juzgamos que la empresa es un servicio a la comunidad, debiendo estar abierta a todos los que desean dar a sus capacidades y a sus potencialidades un destino social y creador, pues consideramos obsoleta y anacrónica la concepción puramente individualista de la empresa.

4.- Consideramos las utilidades como un índice de que una empresa es técnica, económica y financieramente sana y como la justa remuneración del esfuerzo, de la creatividad y de los riesgos asumidos. Repudiando pues la idea de las utilidades como la única razón de la actividad empresarial.

5.- Comprendemos como un compromiso ético las exigencias que, en nombre del bien común, son impuestas a la empresa especialmente por la legislación fiscal y por el derecho laboral.

6.- Tenemos la convicción de que nuestra actividad empresarial debe contribuir al desarrollo humano integral y la promoción del hombre y la mujer desde un trabajo digno y estable que permita a cada uno ser protagonista de su propio desarrollo y artífice de su propia historia.

7.- Consideramos colaboradores nuestros a todos los que trabajan con nosotros, en cualquier nivel de la estructura empresarial. Respetamos en todos, sin discriminación, en su dignidad esencial de personas humanas; queremos motivarlos a una adhesión responsable a los objetivos del bien común despertando sus potencialidades y llevándolos a participar cada vez más de la vida de la empresa.

8.- Consideramos como importante objetivo de la empresa, elevar constantemente los niveles de su productividad, siempre acompañada por el crecimiento paralelo de la parte que por imperativo de la justicia social, corresponde a los asalariados.

9.- Nos comprometemos a dar a todos nuestros colaboradores las condiciones de trabajo, de calificación profesional, de seguridad personal, laboral y familiar, de modo que la vida en la empresa sea para todos un factor de plena realización como personas humanas.

10.- Proponemos, por último, –aunque sin pretender agotar una enumeración que podría ser ilimitada–, que el trabajo, todo trabajo, sea testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Sea ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Sea vínculo de unión con los demás seres, y fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

Para un cristiano –y nosotros lo somos–, todas estas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios y porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: como medio y camino de santidad, como realidad santificable y santificadora. Para el cristiano cualquier trabajo honrado realizado con perfección y rectitud, ya sea importante o humilde a los ojos de los hombres, es siempre ocasión de dar gloria a Dios y de servir a los demás.

Se trata de santificar el mundo desde dentro. Cristo no nos pide un poco de santidad, sino mucha santidad. Quiere, sin embargo, que la alcancemos, no con acciones extraordinarias, sino a través de las acciones corrientes; es el modo de realizarlas el que no debe ser común. En la calle, en la oficina, en la fábrica, nos santificamos, con tal de que desarrollemos con competencia nuestros deberes, por amor a Dios y con alegría, de modo que el trabajo no sea la "tragedia de cada mañana", sino la "sonrisa cotidiana".

Así lo vivió siempre Santa Rita de Casia, como mujer, como esposa, como madre, y como religiosa. A ella dedicamos hoy esta nueva fábrica implorando su protección permanente al tiempo que procedemos a pedir la bendición de Dios para estas instalaciones y todos los aquí presentes.

¡Queridos hermanos, Lucho, Erika y todos los presentes, santifiquen el mundo desde dentro!

Discurso de Bendición de la Fábrica Cerámicas Kantu.

Discurso de Bendición de la Fábrica Cerámicas Kantu.

(P. Ángel Luis Lorente)


Por una visión cristiana de la Empresa.

¿La empresa es solamente un lucro o es un servicio?

Necesidad de un “Capital Moral”, expresado en la Responsabilidad social Corporativa, que valora la dignidad de la persona.


Permítanme saludar en primer lugar a todos los presentes y agradecer la invitación a este acto inaugural y de bendición. Agradecimiento, reconocimiento y felicitación que quiero personalizar de modo especial en el Sr. Luis Samanez Argumedo y su esposa la Sra. Ruth Cuzmar del Castillo y en la Sra. Erika Samanez Cuzmar y su esposo el Sr. Eric Velarde Otero. Felicitaciones por el éxito empresarial que vemos concretado hoy en la inauguración de esta fábrica; reconocimiento por la ardua tarea personal y familiar que hay detrás de este trabajo; y felicitación porque saben siempre reconocer que más allá de su esfuerzo humano está la mano y el designio de un Dios providente y la protección segura de esta patrona, Santa Rita, a quien lejos de venerar hoy como abogada de una causa perdida, la reconocemos artífice de esta causa lograda. También mi cariño y afecto para toda la familia: a la Sra. Mery, Samy, Willy, Ronald y Marta, Yesika y Juan (llegados desde Chile), Wila y Eric (desde EE.UU.), a Paola y a toda esa nueva generación que empieza a abrirse camino en la vida… a todos los amigos, a todos los presentes, especialmente a los que conforman esta gran “familia” humana que se llama “Cerámicas Kantu”.

Quiero empezar aclarando un breve concepto de empresa: ¿Qué es la empresa?

La Real Academia Española de la Lengua la define como una “entidad integrada por el capital y el trabajo, como factores de la producción, y dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios, generalmente con fines lucrativos y la consiguiente responsabilidad”.

En esta definición a mi juicio hay una gran deficiencia. La empresa no está establecida en términos de los sujetos humanos que la integran (es decir, las personas humanas), que son los verdaderos actores sociales que participan en ella, es decir, los propietarios del capital y del trabajo o, dicho en otros términos, los empresarios y los trabajadores. En este sentido, la empresa no debe ser sólo un ente propiedad del empresario, sino una relación entre distintas personas que tienen algunos intereses comunes, y muchos intereses complementarios.

Según la Real Academia, los fines de la empresa serían: lucro y responsabilidad. En las definiciones tradicionales de Administración de Empresas y Economía, el fin es sólo el lucro, traducido como rentabilidad o ganancia. Sin embargo, puede entenderse que la responsabilidad implica reconocer también la existencia de metas distintas entre los actores que participan en la empresa. De ser así, éstas también podrían ser sus objetivos, la generación de empleo, la remuneración salarial, la seguridad laboral, la higiene y la dignidad en el trabajo, etc. Más aún, si se considera a la empresa como parte de su entorno económico, social y ambiental, sus fines podrían ser la contribución a la sostenibilidad ambiental y social, el arraigo territorial, el apoyo a la calidad y a la mejora de las condiciones de operación de sus clientes y proveedores, el rechazo a prácticas de competencia desleales, etcétera.

En cualquier caso, y sin detrimento de todos estos fines que son buenos en sí, ni el lucro o la rentabilidad, ni la responsabilidad laboral, ni el cuidado medio-ambiental, ni la competitividad corporativa nos dan la felicidad. Todos ellos son fines de una empresa saludable, pero la “Felicidad” es el fin mismo de la vida del hombre en la tierra. Y creo que no sería necesario explicar aquí que no vivimos para trabajar, sino que siempre trabajaremos para vivir, y vivimos para ser felices, luego estamos llamados a encontrar la felicidad también en el trabajo.

Y aquí surge la pregunta central de este discurso: Si esto es así, ¿qué hacer para subordinar los objetivos empresariales, –el lucro y la responsabilidad– a la Felicidad? Alguien entre ustedes quizás se la plantea de modo más simple: “¿soy feliz en mi trabajo?”

Esto es algo de lo que yo les puedo hablar, pero también algo que Lucho y Erika, junto con sus familias, hoy nos van a mostrar. La necesidad de incorporar una ética –todo ese conglomerado de valores y virtudes– a la empresa. La convicción de que somos en todos nuestros actos, y precisamente a través de ellos colaboradores en el plan creacional de Dios; que estamos al servicio de la humanidad; que la Fe, la Esperanza y el Amor están por encima de cualquier otro fin económico…; en definitiva que el “capital moral” (es decir: la excelencia del carácter, la posesión y práctica de las virtudes, la integridad personal), es más importante para el éxito de una empresa que el capital humano, intelectual, social o patrimonial.

Soy muy consciente, como lo son ustedes, de que en la práctica contemporánea existe una relación de desconfianza, cuando no un divorcio, entre el universo de la ética y el mundo empresarial, que puede tener su fundamento en alguna de las siguientes consideraciones:

1.- los negocios pertenecen a un mundo donde es preciso olvidarse de la ética, porque el negocio tiene sus propias reglas;

2.- La tarea de la empresa consiste en maximizar los beneficios (dinero, prestigio, poder) y, por consiguiente, como en la guerra, cualquier medio es válido y queda justificado si conduce al fin deseado, porque no hay valor superior que el de los resultados (utilitarismo).

3.- La ética tiene lugar en cuanto se alimenta a unos mínimos que coinciden con el cumplimiento de la legalidad y la sujeción a las leyes del mercado (lealtad a la conciencia personal y cumplimiento de la legalidad vigente) (Legalismo relativista).

Pero la empresa no se puede reducir a una institución económica. Y el objetivo de rentabilidad no puede opacar su realidad trascendente, en cuanto que toda actividad humana (el trabajo) es constructor de humanidad y camino de Redención. Esto es algo de lo que vamos a aprender esta tarde desde el testimonio vivo de quienes han hecho posible este proyecto, que Dios ya ha bendecido y que pedimos siga bendiciendo siempre.

Para no dilatar mucho el discurso y dejar que sean los mismos anfitriones quienes nos permitan vivenciar esta rica experiencia, simplemente quiero terminar enumerando un decálogo para el empresario católico, ideario para la empresa solidaria y activa que privilegia la dignidad de la persona humana en su integridad y promueve la Responsabilidad Social.

1.- Aceptamos la existencia y el valor trascendente de una Ética Empresarial, a cuyos imperativos sometemos todas nuestras motivaciones, intereses, actividades y cada una de nuestras decisiones.

2.- Estamos convencidos de que la empresa, más allá de su función económica productora de bienes y servicios, tiene una función social que se realiza a través de la promoción de los que en ella trabajan y de la comunidad en la cual debe integrarse. En el desempeño de esta función encontramos uno de los más nobles estímulos a nuestra autorrealización.

3.- Juzgamos que la empresa es un servicio a la comunidad, debiendo estar abierta a todos los que desean dar a sus capacidades y a sus potencialidades un destino social y creador, pues consideramos obsoleta y anacrónica la concepción puramente individualista de la empresa.

4.- Consideramos las utilidades como un índice de que una empresa es técnica, económica y financieramente sana y como la justa remuneración del esfuerzo, de la creatividad y de los riesgos asumidos. Repudiando pues la idea de las utilidades como la única razón de la actividad empresarial.

5.- Comprendemos como un compromiso ético las exigencias que, en nombre del bien común, son impuestas a la empresa especialmente por la legislación fiscal y por el derecho laboral.

6.- Tenemos la convicción de que nuestra actividad empresarial debe contribuir al desarrollo humano integral y la promoción del hombre y la mujer desde un trabajo digno y estable que permita a cada uno ser protagonista de su propio desarrollo y artífice de su propia historia.

7.- Consideramos colaboradores nuestros a todos los que trabajan con nosotros, en cualquier nivel de la estructura empresarial. Respetamos en todos, sin discriminación, en su dignidad esencial de personas humanas; queremos motivarlos a una adhesión responsable a los objetivos del bien común despertando sus potencialidades y llevándolos a participar cada vez más de la vida de la empresa.

8.- Consideramos como importante objetivo de la empresa, elevar constantemente los niveles de su productividad, siempre acompañada por el crecimiento paralelo de la parte que por imperativo de la justicia social, corresponde a los asalariados.

9.- Nos comprometemos a dar a todos nuestros colaboradores las condiciones de trabajo, de calificación profesional, de seguridad personal, laboral y familiar, de modo que la vida en la empresa sea para todos un factor de plena realización como personas humanas.

10.- Proponemos, por último, –aunque sin pretender agotar una enumeración que podría ser ilimitada–, que el trabajo, todo trabajo, sea testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Sea ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Sea vínculo de unión con los demás seres, y fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

Para un cristiano –y nosotros lo somos–, todas estas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios y porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: como medio y camino de santidad, como realidad santificable y santificadora. Para el cristiano cualquier trabajo honrado realizado con perfección y rectitud, ya sea importante o humilde a los ojos de los hombres, es siempre ocasión de dar gloria a Dios y de servir a los demás.

Se trata de santificar el mundo desde dentro. Cristo no nos pide un poco de santidad, sino mucha santidad. Quiere, sin embargo, que la alcancemos, no con acciones extraordinarias, sino a través de las acciones corrientes; es el modo de realizarlas el que no debe ser común. En la calle, en la oficina, en la fábrica, nos santificamos, con tal de que desarrollemos con competencia nuestros deberes, por amor a Dios y con alegría, de modo que el trabajo no sea la "tragedia de cada mañana", sino la "sonrisa cotidiana".

Así lo vivió siempre Santa Rita de Casia, como mujer, como esposa, como madre, y como religiosa. A ella dedicamos hoy esta nueva fábrica implorando su protección permanente al tiempo que procedemos a pedir la bendición de Dios para estas instalaciones y todos los aquí presentes.

¡Queridos hermanos, Lucho, Erika y todos los presentes, santifiquen el mundo desde dentro!

lunes, 4 de mayo de 2009

La dignidad de la persona humana y los derechos humanos, un punto de encuentro entre la Doctrina de la Iglesia y la sociedad contemporánea.

Extracto de la conferencia del papa Benedicto XVI en la 15a sesión plenaria de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales. 5 de mayo de 2009.


Las grandes religiones y filosofías del mundo han iluminado varios aspectos de los derechos humanos, que están concisamente expresados en "la regla de oro" que encontramos en el Evangelio: "Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente" (Lucas 6,31; cf. Mt 7,12). La Iglesia siempre ha afirmado que los derechos fundamentales, por encima y más allá de las diferentes formas en que han sido formulados y los diferentes grados de importancia que hayan tenido en los diversos contextos culturales, deben ser mantenidos y concedido el reconocimiento universal porque son inherentes a la naturaleza misma del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Si todos los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, comparten en consecuencia una naturaleza común que los une y que reclama el respeto universal. La Iglesia, asimilando la enseñanza de Cristo, considera a la persona como "lo más digno de la naturaleza" (S. Tomás de Aquino, De potentia, 9, 3) y ha enseñado que el orden ético y político que gobierna las relaciones entre las personas encuentra su origen en la propia estructura del ser humano. El descubrimiento de América y el consiguiente debate antropológico en los siglos XVI y XVII llevaron a Europa a una mayor conciencia sobre los derechos humanos como tal, y de su universalidad. La época moderna ayudó a dar forma a la idea de que el mensaje de Cristo -porque éste proclama que Dios ama a todo hombre y mujer y que todo ser humano está llamado a amar a Dios libremente- demuestra que todos, independientemente de su condición social y cultural, por naturaleza merecen la libertad. Al mismo tiempo, debemos recordar siempre que "la libertad misma necesita ser liberada. Es Cristo quien la hace libre" (Veritatis Splendor, 86).
A mitad del siglo pasado, tras el gran sufrimiento causado por las dos terribles guerras mundiales y por los indecibles crímenes perpetrados por las ideologías totalitarias, la comunidad internacional adoptó un nuevo sistema de leyes internacionales basado en los derechos humanos. En éste, parece haber actuado en conformidad con el mensaje que mi predecesor Benedicto XV proclamó cuando llamó a los beligerantes en la Primera Guerra Mundial a "transformar la fuerza material de las armas en fuerza moral de la ley" ("Mensaje a los líderes de los Pueblos Beligerantes", 1 de agosto de 1917).
Los Derechos Humanos se convirtieron en el punto de referencia de un ethos universal compartido - por lo menos a nivel de aspiración- para la mayor parte de la humanidad. Estos derechos han sido ratificados por prácticamente todos los Estados del mundo. El Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis Humanae, así como mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, se refirieron fuertemente al derecho a la vida y a los derechos de libertad de conciencia y religión como el centro de esos derechos que brotan de la propia naturaleza humana.
Estrictamente hablando, estos derechos humanos no son verdades de fe, a pesar de que pueden descubrirse - e incluso iluminarse plenamente - en el mensaje de Cristo que "revela el hombre al propio hombre" (Gaudium et Spes, 22). Éstos reciben una confirmación ulterior desde la fe. Con todo, está claro a la razón que, viviendo y actuando en el mundo físico como seres espirituales, hombres y mujeres perciben la presencia de un logos que les permite distinguir no sólo entre lo verdadero y lo falso, sino también entre el bien y el mal, entre lo mejor y lo peor, entre la justicia y la injusticia. Esta capacidad de discernir -esta actuación radical- hace a toda persona capaz de aprehender la "ley natural", que no es otra cosa que una participación en la ley eterna: "unde...lex naturalis nihil aliud est quam participatio legis aeternae in rationali creatura" (S. Tomás Aquino, ST I-II, 91, 2). La ley natural es una guía universal reconocible por todos, sobre la base de que todo el mundo puede comprender y amar recíprocamente a los demás. Los Derechos Humanos, por tanto, están en última instancia enraizados en una participación de Dios, que ha creado a cada ser humano con inteligencia y libertad. Si esta sólida base ética y política se ignora, los derechos humanos se debilitan ya que han sido privados de sus fundamentos.
La acción de la Iglesia en la promoción de los derechos humanos se apoya por tanto en la reflexión racional, como una forma en que estos derechos pueden ser presentados a toda persona de buena voluntad, independientemente de la afiliación religiosa que pueda tener. Sin embargo, como he observado en mis encíclicas, por un lado, la razón humana debe ser constantemente purificada por la fe, en la medida en que está siempre en peligro de una cierta ceguera ética causada por las pasiones desordenadas y el pecado; y, por otra parte, en la medida en que los derechos humanos necesitan ser reapropiados de nuevo por cada generación y por cada individuo, y en la medida en que la libertad humana - que progresa a través de la sucesión de elecciones libres- siempre es frágil, la persona humana necesita el amor y la esperanza incondicionales que sólo pueden encontrarse en Dios y que llevan a participar en la justicia y la generosidad de Dios a los demás (cf. Deus Caritas Est, 18, y Spe Salvi, 24).
Esta perspectiva dirige la atención hacia uno de los más críticos problemas sociales de las décadas recientes, como es la conciencia creciente -que ha surgido en parte con la globalización y a presente crisis económica- de un flagrante contraste entre la atribución equitativa de los derechos y el acceso desigual a los medios para lograr esos derechos. Para los cristianos que con regularidad pedimos a Dios que "nos de el pan de cada día", es una tragedia vergonzosa que una quinta parte de la humanidad pase hambre. Asegurar una adecuada aportación de alimento, así como la protección de recursos vitales como el agua y la energía, requiere que todos los líderes internacionales colaboren mostrando su disposición a trabajar de buena fe, respetar la ley natural y promover la solidaridad y la subsidiariedad con las regiones y pueblos más débiles del planeta, como estrategia más eficaz para eliminar las desigualdades sociales entre países y sociedades y para aumentar seguridad global.