miércoles, 23 de julio de 2008

Sobre la dignidad de la persona y del trabajo

Creo que debemos comenzar comentando que la empresa no es una conjugación de elementos, ni un conjunto de actividades, sino una comunidad de personas[1]. Pero ¿Qué es una comunidad de personas? Para entender esta pregunta debemos contestarnos antes ¿Qué es una persona? Es curioso: “La persona se pregunta sobre que es la persona” o como decía agudamente Gilbert Chesterton, el agua no tiene sed y el ser no sabe que existe.

En un taller, los mecánicos deben conocer perfectamente bien el funcionamiento del automóvil y de cada una de sus partes para valorarse como mecánicos de verdad; ¿Qué pasa en las empresas? ¿Conocen los directores lo que es la persona? Es de llamar la atención que muchos de los actuales directores de empresas no conocen de este tema más que por su propia experiencia.

La filosofía clásica ha delineado una idea de la persona que persiste subyacente en todas las grandes civilizaciones duraderas de la historia. En resumen diríamos que conforme a la filosofía clásica, la persona se caracteriza por dos notas: dominio de si mismo y afán de trascendencia. Sin embargo, a lo largo del siglo XX aparecieron diversas ideas, supuestamente fuertes, contrarias al concepto clásico vigente. Aunque tales concepciones han mostrado su debilidad congénita dentro del mismo siglo en el que aparecieron, feneciendo prácticamente con sus propaladores, han dejado sus restos dentro del modo de trabajo de la empresa.

Nos referimos a la persona como la concibieron Marx (materialismo), Freud (psicologismo del inconsciente), Darwin (evolucionismo), Nietzsche (superhombre), Skinner (conductismo) y Marcuse (hedonismo libertario). Estas distintas concepciones del ser humano generan consecuentemente modos de conducta diversos y, también por ello mismo, éticas diferentes, aunque sólo una de ellas constituirá el verdadero desarrollo de la verdadera persona.

Quien asume la tarea de conducir el trabajo de una empresa debe optar por un concepto de persona que sea verdadero y viable. Esta es una tarea de la que el empresario no puede excusarse, pues la causa principal por la que han fracasado los intentos de reivindicar la moral en la empresa, reside precisamente en la tarea de diseñar códigos de ética sin precisar previamente lo que es la persona.

La persona es fuente de valor de toda otra realidad y de toda otra persona; la razón de su dignidad es su posesión de espíritu cuya existencia se puede afirmar desde un punto de vista filosófico porque es capaz de:

1. Concebir ideas abstractas o de abrirse un panorama;
2. Conocer realidades inmateriales o de establecerse finalidades superiores a sí;
3. Auto-reflexión;
4. Ser libre;
5. Desarrollarse de manera ilimitada.

La persona al recibir el calificativo de digna, no solamente es calificada como la realidad más valiosa de la empresa, sino como aquella realidad que fundamenta o dota de valor a la empresa entera. Si la empresa careciera de la persona, perdería su carácter de empresa. Todo lo que hay en la empresa tiene un valor en la medida que se relaciona con la persona.

Ante la actual visión materialista de la empresa, es necesario realizar en ella una tarea de personificación. Esta personificación comienza por la reivindicación del trabajo sobre el capital[2] y termina con el convencimiento de que detrás de cada actividad realizada en el trabajo hay una persona, lo mismo que detrás de la inversión aportada.

En fin, el tema da para mucho más, pero podríamos concluir este documento diciendo que el proceder ético de una empresa se resume en el auténtico desarrollo total de las personas que lo integran incluyendo con las que establece relaciones.


[1] Definición de empresa: Comunidad de personas que aportan conjuntamente su trabajo directivo, su trabajo operativo y su inversión (en cuanto trabajo suyo o de los suyos acumulado en forma material).


[2] “Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los que aportan el capital y los que ponen el trabajo”. Papa León XIII, encíclica Rerum Novarum (1981).