El mercado, también aquel financiero, necesita presupuestos que él mismo no sabe producir, como por ejemplo la confianza. La actual crisis financiera pone en evidencia lo que la Doctrina Social de la Iglesia dice desde hace tiempo: cuando un sistema económico o financiero entra en crisis no es nunca por motivos económicos o financieros, sino porque en el fondo ha ocurrido una herida al sistema moral global.
Los obispos de Francia han ratificado este concepto en un reciente documento sobre la crisis financiera. El deseo exclusivo de ganancias y las desordenadas prácticas especulativas no son en sí mismas actitudes sólo económicas sino ante todo humanas. Y efectivamente, si vamos a las causas principales de la crisis actual, descubrimos que son de carácter moral antes que financiero.
El primer factor es la concesión de préstamos sin garantías. Se trata de un albur, sobre todo por el motivo final de estas concesiones: construir paquetes financieros que incluyan préstamos hipotecarios para venderlos en el mercado. Por lo tanto, sobre aquel riesgo inicial se ha constituido una cadena de fondos llamados “tóxicos”, es decir, con productos derivados de los préstamos hipotecarios y por lo tanto faltos de sustancia real en cuánto insolventes. Estos paquetes financieros son tan poco transparentes que no sólo los compradores de los fondos no pudieron saber que cosa había en los paquetes que compraron, sino que hasta hoy día ni siquiera los bancos saben cuantos de esos fondos tienen consigo. Eso se explica no sólo con la poca transparencia, sino también con la cadena de venta de productos que no se poseen todavía sino de los que se tiene un título de posesión en el futuro. Una cadena infinita, movida por la voluntad especulativa y que cada vez más se aleja de la economía real. A todo esto los obispos franceses se refieren cuando hablan en su documento del “deseo exclusivo del ganancias” y “prácticas especulativas”. Después está la confianza. En la Bolsa todos tienden a vender y los bancos no se conceden más préstamos él un al otro por temor a perder. La confianza no es ante todo un elemento económico o financiero sino una actitud ética. Cuando el mercado la erosiona ya no es capaz por sí mismo de reconstruirla.
Sustentar la importancia de la ética en las finanzas no quiere decir subestimar las posibles intervenciones correctivas para la fuerte crisis actual, sean tanto de carácter inmediato como de mediano y largo plazo. Estas, en cambio, no podrán prescindir del empeño en reconstruir un marco normativo y una praxis que respondan también a exigencias morales. No se trata sólo de los fondos “tóxicos” sino del integro sistema que a menudo es un fin es sí mismo y no está al servicio de la economía real. También hará falta interrogarse en el fondo sobre qué se intercambia. ¿Cuándo un banco vende un crédito hipotecario, sólo vende un producto financiero o vende también una relación con una familia? Finalmente, también una valoración de las consecuencias negativas exige imperativos éticos, en cuánto, como recuerdan aún los obispos franceses, al final serán los más pobres a pagar el precio más alto. Eso ocurrirá —sino está ocurriendo ya— cuando la crisis financiera se convierta en crisis económico-productiva y luego en crisis política.
Stefano Fontana y Giorgio Mion a nombre del observatorio.
Traducción del italiano de Cristian Loza Adaui
Newsletter n.168
Verona, 22 October 2008